Vale la pena estar vivo.
Para desayunar el cereal con leche en el que pensé toda la noche.
Para escuchar el “buenos días” de papá.
Para abrazar a mamá.
Para ver a mi hermana crecer.
Para volver al mar y quemarme los pies con la arena.
Para quedar con el bozo de espuma que me deja el café.
Para releer el libro o ver de nuevo la serie que me hizo sentir tranquila.
Para que la brisa fuerte me despeluque.
Para hacer muecas con el sabor del vino.
Para escuchar a la abuela chismear.
Para mirarme al espejo, y solo eso; verme.
Para sentir, golpetear, cepillarme el cabello y pasarme la lengua por los dientes.
Para saborear el chocolate.
Para dormir en sábanas recién lavadas.
Para conocer, bailar, y reír.
Sí lo vale, siempre lo vale.
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