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INFIERNO

Allá en la esquina está el infierno, no queda abajo, y tampoco arriba: está en la esquina. Esa esquina en la que casi nunca se limpia el polvo y en la que viven Hemingway, Cortázar, García Lorca, Wilde, Gonzalo Arango; Héctor Lavoe, Gardel, Cobain, Cerati, los Panchos; también vivimos nosotros dos, en una instantánea de hace cinco, seis, veinte años; junto al cenicero que hace años no usas.


Allá permanecemos juntos, inseparables, eternos; acompañados de esas almas que alguna vez leímos, que alguna vez bailamos, que alguna vez nos dedicamos. Y de las cenizas de tus Chesterfield, y de mis Marlboro, que se han ido juntando con el polvo que casi nunca se limpia.


Te amo, como jamás amé. Aún así te fuiste.


Conservo todavía tus sombreros, tus vestidos, tus zapatos, incluso los dos cigarros que no fumaste. Esperando que vuelvas algún día, a llevarme a otro lado. Estoy cansado de estar solo frente a este infierno que solo me recuerda a ti.


Te busco como loco en los rostros de la gente, en los fondos de las copas, en los amaneceres silenciosos, entre los renglones de tus libros, en los sobres de tus cartas, en los finales de mis sueños, en los callejones de la ciudad, en todas las tiendas de perfume, en los cines y teatros, en los parques, en los restaurantes, en los bares y bibliotecas, y en las conversaciones ajenas. Y no he podido encontrarte de nuevo.


Te fuiste. Aún así te amo, como nunca amaré.


Y no puedo borrarme de la mente, no puedo dejar de mirar ese infierno; allá en la esquina, no abajo, y tampoco arriba: en la esquina. Esa esquina en la que casi nunca se limpia el polvo y en la que viven Hemingway, Cortázar, García Lorca, Wilde, Gonzalo Arango; Héctor Lavoe, Gardel, Cobain, Cerati, los Panchos; también vivimos nosotros dos, en una instantánea de hace cinco, seis, veinte años; junto al cenicero que hace años no usas.


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