No lo entiendo, papá, Antonio y el abuelo siempre lo están haciendo, incluso cuando tienen pantaloneta y no jean. En ellos resulta tan natural que ni siquiera me había tomado el tiempo de pensar si estaba bien o mal.
Así que está bien acato la orden, pero con desagrado, tener los pies colgando de la silla no es para nada cómodo. Además, es de estas sillas que tiene pequeños huequitos en el asiento, y se me quedan marcados en las piernas. Me empiezan a doler las rodillas que intentan sostener mis pequeños pies mientras cuelgan.
Aún me sigo preguntando por qué no me había dado cuenta de que esto era algo malo, tal vez andar por la casa sin camiseta también lo es y papá todavía no lo sepa, se lo tengo que decir.
-Cruza las piernas- me dijo mi mamá desesperada después de verme columpiar los pies hacia delante y hacia atrás por lo menos por 5 minutos seguidos. Las cruzo.
Ahora la sensación es peor, la silla me sigue tallando y las rodillas doliendo, y como si no fuera lo suficientemente malo ya, la pierna izquierda se me estaba empezando a entumecer mientras la derecha parecía aprisionarla con todas sus fuerzas.
¿No es mucho más fácil tener los pies sobre la silla?
Ahora también me empezaron a sudar las comisuras de las rodillas, esa parte de atrás a la que nunca le hemos conocido el nombre.
Para Ximena es más fácil, ella ya tiene 16 y las piernas lo suficientemente largas como para sentarse y lograr tocar el suelo.
Siempre que la ven sentada con las piernas cruzadas le dicen que se ve hermosa y que parece una señorita, pero yo solo veo la viva expresión de la incomodidad. Tal vez nunca quiera ser una señorita.
La puerta suena y papá entra, estoy lista para decirle todo esto, deberá estar pasando mil vergüenzas y ni siquiera se ha enterado.
Se sienta a esperar la comida cuando le digo -pa, tienes que cerrar las piernas, mi mamá dice que dejarlas abiertas se ve feo y no es de personas educadas-.
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