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Foto del escritorJOAN SEBASTIAN O.

Sin aire

Estaba Diana en la puerta de su hogar, recogiendo la correspondencia, cuando se encuentra con la

sorpresa de un sobre, un sobre que ponía en la esquina inferior izquierda: para la mujer de la casa.

Algo extraño, pues normalmente la correspondencia siempre era para su marido, eran las facturas de

la casa, o era algún banco queriendo endeudar a la familia con la promesa de viajes, estudio o

montar su propia empresa.

Diana, se sentó en el comedor, frente al televisor donde presentaban las noticias regionales, siempre

eran las mismas noticias, algún famoso se casó, algún político fue arrestado o cualquier otra noticia

amarillista. En el comedor, cogió su taza con café y comenzó a beberla mientras leía la misteriosa

carta.


21 de septiembre de 1994

La Orquídea, España

Querida Dama, reciba usted un cordial Saludo:

“Hoy, el último día de verano, le informo que en los próximos meses recibirá postal de mi parte,

por motivos personales, esto será de manera anónima, o bueno, eso hasta que me conozca... Me

despido de usted y espero vernos cuando el otoño se quede sin aire”.


Ella, al leer esto, creyó que era una simple broma, rompió la carta y la botó a la basura. No le diría a

su esposo acerca del pequeño inconveniente que tuvo esa mañana, pues no era algo de lo que él se

interesaría, es más, se burlaría de ella por su algo tan absurdo como una broma. Se paró del

comedor y siguió con su vida como si nada hubiese pasado.

Exactamente un mes después, hizo su rutina, mientras preparaba su café, fue a recoger la

correspondencia de su hogar. Allí, encontró otro sobre igual al anterior, con las mismas palabras en

la esquina inferior izquierda, y la misma letra. Sabía que era el mismo remitente, pues la vez pasada

fue tanta la sorpresa que lo recordaba como si hubiese pasado un día anterior. De nuevo, se sentó en

el comedor, encendió el televisor en las mismas noticias tan rutinarias de todos los días, comenzó a

tomarse su café mientras leía:


21 de octubre de 1994

La Orquídea, España

Querida Dama, reciba usted un cordial Saludo:

“Le escribo esta carta un mes de haber comenzado el otoño para informarle mi desacuerdo y mi

total odio hacia usted, pero no se preocupe, aunque usted no me conozca, tal vez si me ha visto en

algún momento, y aunque mi odio es frustrante, no creo que se vea obligada a hacer una denuncia


ante la justicia, pues no le haré ninguna clase de daño... Me despido de usted y espero vernos

cuando el otoño se quede sin aire”.


Cuando terminó de leer esto, su cara estaba pálida, ¿Quién podría odiarla?, pero lo más importante:

¿por qué debería de odiarla?... De nuevo, ignoró la carta, al parecer el bromista era algo persistente

con esas cartas. Y a su marido, cuando llegara de su trabajo, no le va a contar nada acerca de eso,

parece más a un juego de niños que no tiene sentido prestarle importancia.

Al siguiente mes, la misma rutina: preparar el café, puerta, correspondencia, carta extraña, comedor,

televisor, noticias genéricas, leer la carta mientras se toma su café.


21 de noviembre de 1994

La Orquídea, España

Querida Dama, reciba usted un cordial Saludo:

“Sinceramente espero que la anterior carta no la haya puesto en una situación incómoda, es lo que

menos espero que sienta, de ante mano quiero que me disculpe si así lo fue, pero mi sentimiento no

ha cambiado, la odio. Dicho esto, quiero explicar mi desacuerdo con usted, pues mi anterior carta

no fui totalmente claro. Mi desacuerdo comenzó desde que la veo cada jueves en la fría noche

tendida sobre el viejo farol negro que se encuentra al frente de su hogar, en este barrio tan

monótono, donde las casas tienen igual diseño, los colores son opacos, la calle es hogar de unos

cuantos coches comunes, todos de dos colores: negro y gris, sólo resaltaba un Ford Fiesta rojo que

se encontraba al frente de su casa, y además, la niebla fantasmal convierte el barrio en un lugar

desolado, y yo la veo allí, ¡tan despreocupada de la vida!, porque irónicamente tengo información

de que usted a sus 40 y algo de años: trabaja, tiene marido, dos hijos adolescentes y una hija no

mayor de 3 años. Y se queda parada o recostada ahí, como si nada pasase, como si las

responsabilidades las olvida con el cigarro que se encuentra entre sus desgastadas manos con uñas

pintadas de color rubí, ese color rubí que combina con sus dos gruesos labios que exhalan un humo

gris que pasa por su cara pálida, para luego desvanecerse en el entorno frío y silencioso. Esto me

induce en una situación de desazón que aún no puedo explicar, espero que sus hijos y marido se

encuentren bien... Me despido de usted, sólo queda faltando una carta y espero vernos cuando el

otoño se quede sin aire”.


Terminó de leer la carta, y esta vez se sintió diferente, el juego del bromista al parecer si era para

ella, pues sí... Así era ella. Empezó a tener una sensación que no sentía desde hace muchos años

renacía desde la planta de sus pies, pasaba por sus muslos, recorría su abdomen, así, haber invadido

cada parte de su cuerpo, mientras el ambiente entraba en calor, quien sabe si por el café que acababa

de tomar o por las palabras que estaban escritas en ese blanco papel. Diana, pensó para sí misma:

¿Odio? Pero... Del odio sólo hay un paso para el amor. De igual manera no tendría un amante, no le

sería infiel a su matrimonio de 21 años... ¿O sí sería capaz de hacerlo? Al menos pensarlo es una

locura, pero muy bien sabemos que a veces el corazón gana la guerra contra la razón. O eso creía.

Hacía ya demasiado tiempo que alguien se percatara de ella de esa manera. Su corazón comenzó a

palpitar de manera acelerada, su respiración se agitaba, su cara se enrojecía, todo esto mientras

mordía sus labios. Nadie en tantos años le había escrito una carta, mucho menos. Su matrimonio,


aunque parecía perfecto, se sentía en ocasiones sola, se sentía que el sexo cada dos semanas (o

más), no arreglaba nada, aunque pareciese que todo estuviese perfecto.

Estuvo en silencio todo el día mientras trabajaba, pensando en si por fin le diría a su marido, cuando

llegó a su hogar, encontró a sus hijos sonrientes, ahí, se dio cuenta de que ese secreto se lo guardaría

para sí misma, de igual manera, sólo faltaba un mes para que el otoño se acabase.

Al siguiente mes, la rutina cambió un poco, mientras su marido compraba los preparativos para la

cena de navidad y sus hijos se encontraban visitando a sus abuelos, comenzó a preparar el café

cuando iba a recoger la correspondencia, llamaron a la puerta dos policías, preguntándole

información acerca de un joven de 22 años que vivía a una calle de su casa, Diana, fría, respondió la

verdad: No sabía ni tan siquiera su nombre. Los policías vieron en ella una mujer que decía la

verdad, le entregaron un sobre, le pidieron que lo leyera y que en la tarde volverían a hacerle unas

cuantas preguntas.

Ella, se sentó en el comedor, prendió el televisor y mientras tomaba su café, leía la carta:


21 de diciembre de 1994

La Orquídea, España

Querida Dama, reciba usted un cordial Saludo:

“Esta es mi última carta, ya usted conoció lo que fui, pero hubiera querido que no hubiese sido así.

En verdad la odio, y no es algo común... Pero, ¿Quién sabe quién tendrá la culpa? Si la vida que

nos cruzó en el camino de esta manera tan trágica, o usted que se paraba allí con tal

despreocupación, o yo... Yo, que me perdía en sus ojos marrones, esos ojos, que aunque muestran

cansancio de una mujer de su edad, tienen la fuerza para hacer perder a cualquier débil e inocente

que cruzase por allí, unos ojos que pintan un universo aún por explorar. Yo, que sentía algo

inexplicable cuando el frío de la noche hacía que sus mejillas se tornaran un rosa pálido. Yo, que

tumbado sobre la puerta de mi casa, la veía bajo su largo abrigo que curiosamente combinaba con

sus ojos, bajo su jean oscuro, sus botas del mismo color del abrigo, unos cuantos accesorios en su

muñeca, en su cuello y en sus oídos. Yo, que me enloquecía al ver su negro cabello ondulado, que

llegaba hasta la altura de su pecho, un pecho que en mi humilde opinión no tiene mucho que

envidiar...

Podría seguir escribiendo mucho más, pero eso no va a resolver absolutamente nada. Espero que

en esto no sea un adiós, espero que nos encontremos de una mejor manera y resolvamos nuestro

conflicto en otra vida, pues ya el otoño se queda sin aire, que el invierno que está por llegar

termine pronto y la primavera nos logre reunir para así explicarle acerca de toda esta locura.

Irónicamente, a pesar de mi odio, la amo. La amo desde el fondo de mi corazón, no sé si es un

capricho que tienen los jóvenes, pero cuando la veo siento todo lo que los libros, maestros y mis

padres han dicho o comentado sobre el amor. Por eso siento ese gran odio por usted. Porque con

simplemente pararse ahí, sin siquiera percatarse de mi existencia, ha hecho, que la ame.

Espero nos volvamos a ver....


Diana dejó caer la taza de café, y cuando volvió el silencio, escuchó una noticia diferente en el

televisor: Joven de 22 años se encuentra colgado en su habitación en la calle La Orquídea, muerto.

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